Otoños y otras luces.

Un par de ironías: leer sobre otoños en primavera (pues ha sido éste mi poemario de mayo) y que sea así, con la llegada del calor y los días largos pero con la nostalgia de las hojas caídas, que digo adiós a la poesía completa de Ángel González. Otoños y otras luces es el último poemario del poeta, publicado en 2001 (año de su muerte) y cierre de un volumen que abrí por primera vez en julio de 2020 y que he ido leyendo con deleite y a trompicones hasta la fecha. Podéis encontrar las reseñas de los diez poemarios anteriores archivados bajo la etiqueta «Ángel González».

Otoños y otras luces se divide en cuatro partes: «Otoños», «La luz a ti debida» (cómo no pensar, ay, en Pedro Salinas), «Glosas en homenaje a C.R.» (Claudio Rodríguez, poeta de la Generación del 50 fallecido dos años antes que Ángel González) y «Otras luces». Es, en todos los sentidos, un poemario de final de vida: desde las palabras escogidas a la tonalidad de los poemas, todo potencia una sensación suave y calmada de despedida. Desde «El otoño se acerca», poema que abre la lectura («Se diría que aquí no pasa nada / pero un silencio súbito ilumina el prodigio: / ha pasado / un ángel / que se llamaba luz, o fuego, o vida. / Y lo perdimos para siempre») hasta el final de «Aquella luz», cierre de «Otras luces»: «Aquella luz que iluminaba todo / lo que en nuestro deseo se encendía / ¿no volverá a brillar?».

Para mi gusto, la primera y última parte del poemario son las más bonitas y conseguidas. En «La luz a ti debida» el poeta vuelve a la evocación romántica-lujuriosa de la feminidad joven que tan disonante me pareció ya en algún otro de sus poemarios de madurez, y no he leído a Claudio Rodríguez pero la temática machadiana de las glosas a él dedicadas me hace intuir una poesía que se me haría en cierto modo anodina. Lo demás, quiero creer, es distinto: Ángel González habla de la vida desde la consciencia de que a él se le acaba. Los otoños siempre desde otra parte («un verano obstinado en perpetuarse»), las otras luces como destellos de todas las posibilidades que no fueron y de un pasado que es ya incluso otra cosa.

«Hay mañanas en las que no me atrevo a abrir el cajón de la mesa de noche / por temor a encontrar la pistola con la que debería pegarme un tiro», escribe el poeta. Un poco así, a veces: la crudeza tan real de la vida. Ángel González fue la apuesta más grande que hice hace dos años, cuando tomé la decisión de empezar a leer poesía (¡comprarme así, sin prueba previa, las obras completas de un tipo al que apenas le había leído un par de versos!). A día de hoy es un nombre que abrazo con eterno cariño y con el agradecimiento de haberme enseñado un montón de cosas sobre todo lo bueno, pero muy especialmente sobre la belleza. Le despido leyendo sobre otoños en primavera. Supongo que es un poco como él mismo escribe: «Entonces era otoño en primavera, / o tal vez al revés: / era una primavera semejante al otoño». No os privéis de su lectura.

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