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Arias.

Voy con mucho, muchísimo retraso en las reseñas: Arias fue mi poemario de abril. Me lo regaló Laia por mi cumpleaños sin haberlo leído, pero con lo mucho que le había gustado Odas como garantía. Yo no conocía a Sharon Olds. La solapa del libro dice: «San Francisco, 1942, una de las voces más destacadas de la poesía norteamericana contemporánea (…) estilo libre, accesible y directo». Tanto, que en ocasiones cuesta ser capaz de otorgarles a los poemas la condición de serlo. Como si en lugar de poesías (qué palabra cursi, ésta) fueran más bien pensamientos y recuerdos escritos en verso. Como si no existiera siquiera la forma verso. He pensado mucho en Andrés Catalán durante la lectura: qué jodido tiene que haber sido traducir esto.

Arias está dividido en seis partes, cada una con una cierta coherencia interna: «Encuentro con una desconocida» (donde aparece de forma más explícita la cuestión racial, sobre todo el racismo y la violencia sexual), «Arias» (biografía de la autora, momentos cotidianos), «Escapar escaleras arriba» (sobre la violencia familiar, la figura paterna, y la ambivalente relación de miedo, odio y ternura hacia la madre), «El nuevo saber» (los novios tras el divorcio), «Elegías» y «Primogénita» (en torno al nacimiento de su primera hija).

La elección temática y la forma en que Olds aborda aquello de lo que habla es, desde el principio, chocante. Los paisajes cotidianos son un tópico, sí, pero pareciera como si Olds no quiera dotarlos de transcendencia alguna. No choca, en mitad de un verso, la palabra pene: lo hace por el modo en que queda reducido a un pedazo de carne. No es que yo no hubiera leído antes sobre niñas violadas, pero jamás con esta calma. Hay como una distancia que no es tal, una tranquilidad inaudita tan distinta de la rabia, la catarsis y la intensidad esperadas, un haber transitado ya cualquier emoción posible derivada de lo que se está narrando. Fue a mitad del libro que lo entendí: yo no lo sabía, pero cómo necesitaba en mi vida a señoras de 80 años escribiendo poesía.

No estamos acostumbrados a leer a una mujer mayor recordar con sarcasmo la forma en que hacía el amor con el primer novio que tuvo después de divorciarse (tras varias décadas de matrimonio). No lo estamos, porque el sujeto enunciador de la poesía sigue siendo, más incluso que en la literatura, un sujeto previsible y poco descentralizado. No digo que necesariamente se trate de una voz masculina, pero sí al menos joven o pasional o cabreada: hay siempre una intensidad justificatoria del tema escogido. Sharon Olds dinamita esa costumbre, rompe con las normas que establecen quién tiene derecho a hablar de qué en qué momento de su vida y hace que, en algunos puntos del libro, queramos abrazarla muy fuerte.

Buena parte de los poemas recogidos en Arias (y desde luego, la inmensa mayoría de «Escapar escaleras arriba») están dedicados a la figura de la madre. La forma en que Sharon Olds habla de su madre (con cariño e indulgencia, se diría que casi con ternura) genera una disonancia cognitiva enorme con los recuerdos que evoca: las palizas, su pánico a los golpes, el bloqueo emocional de la obediencia. Me ha gustado mucho su manera de comprender sin excusar. Y sin haber sufrido en mi caso episodios de violencia física, me he sentido muy identificada con algunas de las emociones infantiles que la autora describe.

Dice Olds que «Cuando me di cuenta de que mi madre es una de las / mujeres / a quien se le han dedicado una mayor cantidad de / poemas / en la historia, me fastidia». Una sólo escribe compulsivamente sobre sus obsesiones, y las obsesiones vienen siempre de nuestros traumas o de su superación. No puedo dejar de preguntarme de qué manera se relaciona esta obsesión, este trauma, con los pocos poemas que junta «Primogénita». Porque justo ahí, cuando la poeta se convierte en madre, es el único lugar y momento en que no podemos encontrar ninguna alusión, ninguna referencia, a la madre propia.

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