Le leí a M. contar que estaba leyendo Existiríamos el mar en la oficina, aprovechando los ratos que su jefe no miraba, y que eso era también en parte una victoria. Pocas semanas después la despidieron y ella dijo que nunca una carta de despido le había provocado tanto alivio como esa. Sonaba en mi cabeza Amaral y su: “Aquella misma tarde fuimos a celebrarlo”.
Hay un punto en la escritura de Belén Gopegui que se te pega a la piel y se amolda al ritmo en que respiras. Supongo que surge de su capacidad para tocar con el dedo el interior de la herida, de palpar justo ahí donde todavía no ha suturado y describir el dolor incluso mejor de lo que tú misma serías capaz de expresarlo. Martín Vargas 26 es un poco eso: el cansancio acumulado, la incertidumbre asentada, la precariedad que desborda cualquier cálculo posible de salario y horas trabajadas. Todo lo que arrastramos en nuestro intentar movernos diario –aunque no sepamos hacia dónde avanzamos. Pero también el amor, claro. O qué si no el amor es lo que nos sujeta a la vida.
Podéis leer la reseña completa en CTXT. Agradecimiento especial a todas las amigas que me han ayudado consciente o inconscientemente a pensar muchas de las cosas que en el texto cuento.