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Pensamiento monógamo, terror poliamoroso.

Para cualquier persona que busque pensar cómo construir amores sanos (vínculos que nos sostengan en vez de destrozarnos mutuamente), Brigitte Vasallo es parada obligatoria. Más allá de lo que ella nos pueda parecer en otros temas, sus artículos sobre poliamor en Píkara fueron, junto con los de Coral Herrera sobre el amor compañero, iniciáticos y fundamentales para muchas de nosotras. Un querer bonito que nos aportaba cordura y razones a quienes estábamos ya intentando, si no hacer las cosas de otra forma, sí al menos no caer en las prisiones prestablecidas.

Pensamiento monógamo, terror poliamoroso se publicó en 2018 y fue un bombazo. No es que no hubiera en castellano otros libros sobre no monogamias, pero se trataba de guías prácticas y de conducta o, en el mejor de los casos, de reflexiones sobre ética y cuidados no necesariamente politizadas (como el gran Ética promiscua de Coral Herrera, biblia sin matices de todas mis amigas hará unos seis o siete años y que sigue ayudando todavía a muchísima gente a vivir un poquito más felices). Vasallo rompe a su manera con todo esto para problematizar la monogamia no como un conjunto de prácticas sino como un sistema, un entramado que condiciona al conjunto de la estructura social y que organiza las relaciones en grupos identitarios, jerárquicos y confrontados. La exclusividad sexual es el símbolo, pero lo esencial está por debajo.

No es mi intención aprovechar esta reseña para escribir una reflexión más completa sobre modelos relacionales y no monogamias. Lo he hecho en otras ocasiones y está pendiente de salir un texto en el que expongo buena parte de mis ideas al respecto. Pero sí es cierto que el libro de Vasallo me ha dejado una sensación extraña, un regusto de desencanto después quizá de demasiadas expectativas creadas. A una amiga le decía, cuando me preguntó, que «me ha gustado regular». Y diría que ese regular viene marcado por dos puntos fundamentalmente.

El primero: un empeño comprensible pero hastiante por desmontar a los colectivos poliamorosos. Comparto el rechazo hacia espacios que suelen ser reproductores de todo tipo de opresiones y discriminaciones y que usan la pátina del poliamor para excusar su absoluta falta de cuidados emocionales y reconocimiento de la interdependencia. Pero la importancia que les da no es tal en el mundo hispano, y la lectura acaba generando la impresión de que lo normal para quien se reivindica como persona no monógama es un estilo de vida propio de yupies neoliberales. Quizá esto tiene más que ver con lo que yo esperaba encontrar en el libro, pero creo quien está dispuesta a abrir una obra con este título busca, más bien, un catálogo de posibilidades que sí son deseables.

El segundo punto (el segundo error) es la manera en que Vasallo confunde correlación con causalidad en varias cuestiones fundamentales. Muy influida por su crítica al colonialismo y a los Estados, como ella misma explica en la introducción, extrapola su concepción del sistema monógamo al funcionamiento de los distintos nacionalismos e identidades nacionales y raciales. No es sólo que se equivoque al igualar todos los nacionalismos (despreciando la diferencia entre quienes históricamente han ejercido opresión, ocupación y violencia, y quienes han tenido que dotarse de una identidad propia para defenderse) ni que no sea capaz de ver un origen común en exclusión nacional y exclusión monógama (las necesidades del modo de producción capitalista), sino que demuestra desconocer el funcionamiento de los aparatos estatales – algo que ocupa sin embargo un lugar prioritario en la argumentación del libro.

Me llevo de la lectura, pese a todo, algunas ideas interesantes. La forma en que la monogamia potencia las relaciones de competencia, por ejemplo, algo evidente pero en lo que nunca había caído y que explica mucho las dificultades para establecer alianzas sólidas entre mujeres o amistades profundas entre hombres. O el binomio entre amor de verdad y egoísmo individualista que nos lleva, cuando conocemos a alguien, a aspirar a convertirnos en su pareja o desatenderlo emocionalmente. Sin otras alternativas posibles. En concreto, Vasallo explica cómo esto dificulta la simultaneidad de afectos y complica la ruptura de la exclusividad, pues sólo se nos permite follar desde el desapego o desde la posesión: si nos vinculamos emocionalmente con alguien que ya tiene pareja, aspiramos a sustituirle. Un todo mal de manual en el que demasiadas hemos caído, haciendo daño a terceras personas y a nosotras mismas por el camino.

Me quedo, en fin, con algunos cachitos de la última parte del libro (tampoco con todos), y muy en especial con esto: «Hay personas que no quieren verse involucradas en una red con tanto peso en la vida de una, y hay personas que internamente esperan que te vuelvas monógama con ellas. Está bien. Lo que me parece importante por el bien de nuestras entrañas comunes es que estas cosas se sepan lo antes posible, cuando el daño es menor para todas. (…) La libertad, en mi opinión, va de eso. Amistades con sexo, relaciones que sabemos que no iban a durar por claras incompatibilidades pero que aun así queremos vivir el tiempo que sea posible, relaciones sin escalada donde no hay proyección de futuro pero sí un presente intenso y bonito. Abrir el acordeón no quita intensidad: genera cuidados, minimiza los posibles daños y creo que pone las bases para relaciones más conscientes y con mayores posibilidades de ser no sólo duraderas sino también múltiples».

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