Vida del hombre invisible contada por él mismo.

En diciembre volví a leer a Alfonso Sastre. Un poco como regresar a un lugar seguro donde el humor es bueno y la intensidad, aunque presente en otra forma, se relaja. O mejor: no se relaja, pero adopta un cariz más soportable, más digerible, más capaz de habitarme sin destrozarme por el camino. Tenía su Obra lírica y doméstica aparcada desde mayo (en estos meses raros me dediqué a otras cosas) y ha sido una buena decisión retomarla.

Vida del hombre invisible…, el cuarto libro de poemas del dramaturgo, se centra en la experiencia de la clandestinidad, en la tensión y la paranoia del militante clandestino. Aunque su hija menor aparece puntualmente y cuatro poemas relatan intentos de fuga de prisión por parte de Eva Forest, no es un poemario centrado en los vínculos del autor ni con versos dedicados a sus amigos y familiares, a diferencia de los anteriores. Por el contrario, todo el libro construye una atmósfera de soledad y desapego, donde la tensión permanente del narrador (tensión vivida en cierto modo como rutinaria) ocupa todo el espacio y condiciona todos los climas. Un ascensor que sube a media noche, un viajo conocido que reconoce al autor por la calle, la mirada inquisidora ante un pasaporte de la Guardia Civil en la frontera: un suspense casi burocrático por lo repetitivo, donde el miedo se vive con rabia y cansancio.

Me parece especialmente bestia la forma en que Sastre trata la paranoia fruto de vivir en estado de alerta constante. «Antes o después acaba uno / viendo algunos policías a su alrededor / reales sí o no / imaginarios sí o no», escribe Sastre. El retrato que hace unas páginas antes (en el poema «Es evidente que me siguen») del hombre consumido por la paranoia, del militante aniquilado mental y físicamente por la clandestinidad, es estremecedor. Creo que es para mí el poema más duro del libro.

Libro menos desesperado que Balada de Carabanchel (está escrito no en el momento de los hechos, sino años más tarde) y también mucho menos intenso, Vida del hombre invisible contada por él mismo tiene aún así algunos momentos viscerales («pero a dónde vamos con esto camarada intelectual / tanta reconciliación y tanta leche») y otros muy bonitos. Mi preferido es un rincón de «Y para qué seguir?» donde el poeta responde, nudo en la garganta, a un compañero: «y ya le digo hay que soñar / y que es lo propio de nosotros / sombras de bolcheviques / soñar como soñaron ellos / vivir como murieron ellos / morir como vivieron ellos». Me cae tremendamente bien Alfonso Sastre.

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