Ramona, adiós.

Podría pensarse que Monserrat Roig no necesita presentación. Ramona, adiós (1972), la primera novela publicada por una de las más brillantes voces de la literatura catalana, tampoco. Y sin embargo las obviedades casi nunca son tales. Roig forma parte de toda una genealogía de mujeres (Laforet, Rodoreda, Martín Gaite) que se enfrentaron literaria y vitalmente a la inmensidad de ser mujer en el siglo XX, y que desde ahí retrataron magistralmente las sociedades española y catalana de unas décadas convulsas y contradictorias. Con esta nueva traducción al castellano (a cargo de Gemma Deza Guil), consonni pone en nuestras manos un espejo o un chillido o un cuchillo, algo en lo que mirarnos o con lo que abrirnos de cuajo para vernos en nuestras madres y en nuestras abuelas y en nosotras mismas. Una bomba dolorosa y bellísima.

Ramona, adiós tiene muchas lecturas. Una es la lineal: tres vidas de tres mujeres encadenadas familiarmente, con sus miedos y sus deseos y sus angustias. La autopercepción, la reflexión acerca de una misma que tres mujeres llamadas Ramona van desgranando, y que sería imposible imaginar de no ser por la militancia feminista de la escritora. La segunda lectura obvia es la de la temática fundamental, o al menos la más brillante en la superficie: el amor como cosa extraña e incomprensible, como magma que constituye todo lo que tiene sentido en la vida y que a la vez le arrebata cualquier tipo de significado a lo que éramos antes. No es por tanto un libro sobre tres amores; de ser, sería un libro sobre el amor mismo. Pero las otras lecturas posibles se imponen y Ramona, adiós termina por ser un libro sobre la humillación y la reafirmación personal, sobre los usos del sexo, sobre los quiebres de la memoria, sobre la hipocresía de clase, sobre la admiración femenina (qué tremendo personaje el de Kati), sobre la condena de la maternidad y sobre todo lo que contiene el silencio (imposible no pensar, aquí, en la Andrea de Nada).

Dice Luna Miguel en el prólogo que las vidas de las tres Mundetas contienen “todas las aspiraciones de la feminidad misma”. Asiento: es así. Dice también que el título escogido por Montserrat Roig es enigmático, y ahí ya no puedo estar de acuerdo porque la evidencia se va abriendo firme y límpida a través de la lectura. La presencia poderosa de Mundeta Jover, replegada sobre su adoración por la belleza como estrategia de supervivencia. La inseguridad de Mundeta Ventura, anulada por su madre y por su marido y por un mundo que no entiende. La dignidad de Mundeta Claret, enganchada a un capullo al que entran ganas de partirle la boca. Quiero pensar que éste último adiós no es, como los de su madre y su abuela, el adiós a la intensidad que puede ser la vida. Quiero creer que es una victoria: el punto de partida.

[La reseña apareció originalmente publicada en el apartado «Subrayados» del número 192 de la revista Viento Sur, marzo de 2024].

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