Europa después de la lluvia.

Seguí con Peri Rossi en octubre (¡octubre!) y ahora, al releer algunas páginas desde este diciembre, me parece un poemario hermoso y cierto para condensar los últimos meses. Algo así como Inés el otro día en mi cuarto, la mirada algo aturdida, diciendo como para nadie antes de despedirse: qué otoño más raro. Qué otoño más raro.

Europa después de la lluvia, publicado en 1987, es una condensación de la experiencia migratoria de la autora. Ya no hay exilio ni diáspora en primer plano: se han calmado esas emociones (¿en serio?) y ahora lo cubre todo un manto de invierno que se condensa sobre la piel, sobre los árboles pelados, sobre los dedos helados que aprietan una taza caliente. La experiencia condensada (de apretarse a causa del frío) se deposita sobre la «masa indefinible de desechos» que es Europa creando esa atmósfera melancólica extraña que conoce toda persona que haya vivido un invierno. Después de la lluvia: después del otoño.

Si bien tardé en entrar en los poemas, algunas imágenes me han gustado especialmente. La fundamental es, claro, Berlín en los años 80. «Las ciudades son estados de ánimo», escribe la uruguaya, y como para demostrarlo nos retrata a todas en uno de los numerosos poemas que lleva por título el nombre de la capital alemana: «Lenguas son planetas / y compré el libro aquél / en la Heinrich Heine // convencida de que el cielo de metal / y los muros verdes // iban a contrarrestar / mi ignorancia de la lengua». Un abrazo triste para combatir el frío: me veo en los puestos de la ribera del Sena seleccionando títulos de Romain Gary ante la mirada incierta del librero (ay, los 19 años), en Praga con una edición bellísima e indescifrable de Kafka en la mano (portada azul intenso y dorado, tapa dura, apenas un palmo).

Hay dos poemas verdaderamente bestias en el libro. El primero («Diálogo de exiliados») dialoga con Guillaume Apollinaire en un doble tiempo precioso de dolor y costumbre. Peri Rossi intercala los versos ajenos con los suyos propios en un alegato de la vida y la belleza (un alegato triste, duro y recompuesto) que debería acordarme de releer de vez en cuando. «Lo único que conozco por ahora es la vida, me dijiste». El segundo se titula «Nocturno pluvioso en la ciudad» y, bajo la recurrida forma de observar desde una ventana (la cristalera de un bar quizá, apuesto a que iba borracha – yo lo iría), se despliega una sociología urbana compleja, hermosa y muy potente en la que todo (las bombas, las guerras, el amor desesperado, la publicidad con su flujo erótico y las palomas migrando y los cuerpos buscándose) pasa al mismo tiempo. «hay un cartel que destiñe con la lluvia: / Compañero, tu muerte no será en vano».

Por último. Hacia el final del libro hay un poema aislado, sin aparente conexión con el resto, que me tuvo días con el llanto bloqueado ante la estupefacción de darme cuenta. Algo tan obvio. Se llama «Sistema poético» (claro, claro) y la pregunta es: ¿qué evocamos en ausencia de la amada? No a ella sino al recuerdo que tememos de ella. Una falsificación: nos evocamos a nosotras mismas en presencia de la amada. A nosotras mismas en un estado superior: la fábula de Circe. «(Soy un espejo que al reproducir evoca)«.

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