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La libertad de la pornografía.

En los últimos años, el debate público en torno a la violencia sexual y la contundente respuesta del movimiento feminista a la permisividad social y la reproducción institucional de la misma han traído de vuelta posiciones que, en su intento de defender y proteger a las mujeres, nuestra integridad y nuestros cuerpos, están cargadas de moralismo e infantilización forzada. No hay capacidad de agencia posible en un mundo donde necesitamos permanentemente ser protegidas, donde se nos presupone el estatus de víctima en vez de imaginar formas alternativas de reaccionar ante la violencia, donde la etiqueta de “peligro” precinta todo contacto sexual por mucho que sea buscado. Cuidado: si una desoye la señal de alarma, entonces quizá es responsable (¿culpable?) del potencial daño. Y también: es tremendamente fácil traspasar la línea entre fiscalizar el deseo ajeno (qué es y qué no es feminista) y acabar prescribiendo sexo sólo con una persona, con la luz apagada y sin tocar demasiado.

En este contexto, la pornografía, como máxima expresión de la sexualidad explícita y, en la actualidad, poderosa industria cultural que reproduce y asienta todo tipo de estereotipos y de jerarquías sociales y sexuales, se ha convertido en un potente catalizador de pánicos morales, posicionamientos identitarios y propuestas de censura. Aunque, pensándolo bien, ¿es posible hablar de censura cuando lo censurado no tiene, según sus detractoras, valor social alguno? El pasado marzo Ana Valero Heredia, doctora en Derecho Constitucional y profesora de la UCLM, publicaba La libertad de la pornografía (Athenaica, 2022), un libro que se presenta como “el primer estudio en lengua española que afronta la pornografía desde una perspectiva integral, incluido el enfoque jurídico”. O al menos, eso afirma en el prólogo la directora Erika Lust, famosa por la etiqueta “porno para mujeres” y una de las principales voces disidentes dentro de la industria. Se trata de una lectura ágil pero apoyada en una multitud de estadísticas y referencias jurídicas, que se agradece por lo que de seriedad y rigurosidad aporta al debate. Pero el acercamiento de la autora al tema, situado estrictamente en el plano de generación de discurso y de acceso al mismo (consumo), deja fuera aspectos fundamentales del problema y nos impide hablar de una “perspectiva integral” en el tratamiento de la pornografía. En los párrafos siguientes trato de desgranar todo esto proponiendo un triple acercamiento que, lejos de cuestionar, desarrolla y amplía lo planteado por Ana Valero.

Reseña completa en Revista CTXT.

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