El de Frigga Hauf fue el segundo libro que leí este verano antes de meterle mano directamente a la obra de Luxemburgo -mucha relectura, pero también alguna cosa que no había tocado todavía y sobre la que iré escribiendo estas semanas. Escrito por una de las principales representantes de cierta rama del feminismo marxista y traducido por Tinta Limón (una de cuyas editoras es Verónica Gago), el libro es una recopilación de artículos que abarca 30 años de producción de la autora y que se encuentran clara y políticamente posicionados. No sólo, como cabría suponer, en cuanto a su afinidad con la comunista polaca, sino también en lo que respecta a las opiniones de Haug sobre estrategia feminista, política parlamentaria actual o concepción del Estado. Y no voy a entrar por falta de tiempo, pero sí me gustaría decir que, en demasiados puntos, no estoy de acuerdo.
La principal pregunta que las editoras argentinas le conceden al libro, y que la propia Haug plantea en algunos capítulos, es ciertamente estimulante: sabemos que Luxemburgo no fue jamás una feminista en el sentido de que no teorizó sobre problemas de género ni realizó trabajo práctico específicamente orientado a mujeres (a diferencia de su amiga Klara Zetkin), pero, ¿en qué sentido pueden su vida y su obra aportar elementos fructíferos al pensamiento y la práctica feministas contemporáneas? La respuesta, sin embargo, se queda a mi parecer muy lejos del valor de la pregunta.
Por un lado, Haug bosqueja pero no desarrolla las potencialidades teóricas de uno de los principales aportes de Luxemburgo en La acumulación del capital: la afirmación de que las dinámicas del capital necesitan siempre de la existencia de espacios todavía ajenos a su lógica para poder mantener su crecimiento continuo. Este descubrimiento, que Luxemburgo realiza en el contexto de los debates sobre el imperialismo, fue luego utilizado por las feministas marxistas de la década de 1970 para aplicarlo a los debates sobre el trabajo doméstico. No es, cierto, la intención del libro entrar en este tema, pero creo que habría sido especialmente interesante haber seguido leyendo en ese sentido.
Por otro lado, y especialmente en los primeros capítulos (artículos más tempranos), Haug muestra una tendencia a idealizar la actuación femenina, llegando a repetir el típico mantra de que una política llevada a cabo en su mayoría por mujeres sería inequívocamente más social y menos violenta que la existente. No es algo nuevo, claro. Lo hemos escuchado y leído por doquier en los últimos años (la famosa feminización de la política) y, en general, es una idea que resurge periódicamente. Pero también sabemos (y la experiencia histórica lo demuestra) que es mentira. Que la construcción social de género no es estanca sino que se imbrica con toda otra serie de factores, que los intereses de clase se alzan por encima de cualquier aparente interés femenino universal y que, al final, la política la hacen las fuerzas históricas y no la bondad de espíritu. No necesitamos más Margarets Thatchers ni Angelas Merkels para demostrárnoslo.
El capítulo que más interesante me ha parecido (seguramente porque responde en mayor medida a lo que yo iba buscando) es el titulado «La línea Luxemburgo-Gramsci». Más allá de la provocación del título, cogida de Peter Weiss, el artículo analiza las ideas y posiciones de Luxemburgo sobre el parlamentarismo, la democracia, la cultura y el Estado. Se trata de una lectura bastante útil como recopilación sistemática, pero también como apertura de líneas de pensamiento para el presente. Y aunque el texto final del libro («Una estatua para Rosa Luxemburgo») me resultó bastante insulso, he de decir que el que le precede, en el que Haug arremete contra Hanna Arendt y quienes con ella pretenden presentar a Luxemburgo como una no-marxista, me hizo reír de satisfacción bastante.