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La feliz y violenta vida de Maribel Ziga.

Poco antes de irse a Turquía, Paula me regaló este libro. Tiene una de las dedicatorias más bonitas que me han escrito nunca y estos días, leyéndolo, he creído entender el motivo. Maribel es, evidentemente, la madre de Itziar Ziga. La misma Itziar Ziga de Malditas: una estirpe transfeminista (desde entonces miro de otra forma a Santa Águeda) y sobre todo de Devenir perra, que devoré en su momento pero que he tardado mucho más tiempo en comprender hasta qué punto me había marcado en mi construcción como mujer y como persona. Una Itziar Ziga de la que yo aprendí que éste sistema que nos quiere femeninas no puede tolerar ningún ejercicio de feminidad extrema, de feminidad autoparódica, agresiva y desbordante conscientemente ejercida. El click que comprender esto supuso en mi relación con mi cuerpo, con mi sexualidad y con mi forma de estar en el mundo es algo de lo que sólo fui consciente más tarde.

Si Itziar se ha pasado la vida combatiendo el estigma de puta, este libro es una declaración de guerra contra el estigma de mujer maltratada. Y pareciera que el simple hecho de reunir ambos adjetivos en la misma frase, puta y maltratada, cortocircuitara todos los imaginarios socialmente aceptados sobre el ser mujer. Itziar cuenta la historia de su madre partiendo del hecho de un padre (un marido) maltratador, pero sin dejarse arrastrar por el cliché manido según el cuál esta existencia debería determinar su carácter, su actuación, sus emociones y la globalidad de aspectos de su vida. El maltrato y el maltratador son importantes, por supuesto: por la dureza de un vínculo del que no puede y no quiere desprenderse y porque todo lo que dura 30 años lo es. Pero su vida es, también y sobre todo, muchísimas otras cosas.

La feliz y violenta vida de Maribel Ziga es un libro salvaje y bello que te reafirma en celebrar las cosas buenas y que me ha recordado mucho a una de mis citas preferidas, anclada siempre en el pie de este blog como declaración de intenciones. Dice Mario Benedetti en La tregua que «la vida es muchas cosas (trabajo, dinero, suerte, amistad, salud, complicaciones), pero nadie va a negarme que cuando pensamos en esa palabra Vida, cuando decimos, por ejemplo, que nos aferramos a la vida, la estamos asimilando a otra palabra más concreta, más atractiva, más seguramente importante: la estamos asimilando al Placer». Maribel e Itziar se agarran a la vida y se agarran al placer.

No voy a entrar en toda la cantidad de temas que podrían comentarse a partir del libro (los hombres y sus afectos sería uno). Quiero solamente mencionar dos, que para mí están inevitablemente relacionados. El primero: la agencia. La negativa a no tener control sobre ti misma, a no tomar tus propias decisiones por terribles que sean, a perder la capacidad de decidir. Todo el imaginario construido en torno al maltrato nos muestra mujeres sin agencia, desposeídas de cualquier resquicio de voluntad personal y convertidas en víctimas desamparadas que necesitan ser salvadas. Una espiral de dependencia y culpabilidad de la que hay poca escapatoria y a la que en demasiadas ocasiones abocan las estructuras de ayuda. Quién va a aceptar identificarse como víctima así, quién asumiría reconocerse a sí misma como tan desoladoramente incapaz y perdida.

Y el segundo tema, claro, son las amigas. El libro entero podría leerse como un homenaje a las amigas, a las mujeres que rodean y quieren y cuidan y acompañan a otras mujeres sin juzgar, abriendo puertas y tendiendo manos. Qué maravilla, realmente. Quizá tenemos agencia (ay) porque tenemos amigas.

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